domingo, 8 de noviembre de 2015

1969

La voz de Joan Baez me hace transportarme a momentos no vividos, revivir sensaciones muertas en mi. Esa dulce y profunda voz, me lleva a un mundo etéreo, me ensalza, me eleva de la cama hacia el abismal infinito. Me hace entender la naturaleza, las leyes de la vida y la ironía de vivirla. Me hace olvidar mis (primermundistas) problemas y elevar mi cabeza. Mirar al frente. Salir de casa y perderme en el bosque.

La voz de Joan Baez no me deja indiferente. Me lleva lejos. Me lleva muy lejos. Me esconde de los fantasmas de mi pasado. Los trae a mí en forma de amigos. Dialogamos. Nos reconciliamos. Entiendo, al fin, que la tormenta no tiene por que ser mi enemiga. Me siento comprendido en mi incomprensión, decidido en mi indencisión.

La voz de Joan Baez me llama hacia el vacío. Dirige mis pasos hacia el abismo. Me invita a tirarme de cabeza. A olvidarme del mundo, lanzarme hacia la infinidad, perderme entre mis pensamientos y despertar en el pasado. En un pasado que desconozco, pero que siento muy cercano a mí. En un festival de Woodstock en 1969.

Gracias, Baez.


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