La voz de Joan Baez no me deja indiferente. Me lleva lejos. Me lleva muy lejos. Me esconde de los fantasmas de mi pasado. Los trae a mí en forma de amigos. Dialogamos. Nos reconciliamos. Entiendo, al fin, que la tormenta no tiene por que ser mi enemiga. Me siento comprendido en mi incomprensión, decidido en mi indencisión.
La voz de Joan Baez me llama hacia el vacío. Dirige mis pasos hacia el abismo. Me invita a tirarme de cabeza. A olvidarme del mundo, lanzarme hacia la infinidad, perderme entre mis pensamientos y despertar en el pasado. En un pasado que desconozco, pero que siento muy cercano a mí. En un festival de Woodstock en 1969.
Gracias, Baez.
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