domingo, 12 de agosto de 2018

504 horas


Y volvemos a estar aquí después de un año. 504 horas antes de que llegue septiembre.

Como si nada hubiera cambiado, con el mismo fuego que me quema por dentro y el agua que brota de mis pupilas. No encuentro la caja de calmantes y la sangre cae a borbotones.

Duérmete, niño.

Doy vueltas en la cama, cuarenta grados cuerpo y mente, y un profundo abismo me atraviesa Se acabó; el sufrimiento de los meses, las dudas de días que no cesaban. Pero también la sonrisa, el cuello, las piernas, el pelo largo, los ojos marrones que miraban a través de mi y no le importaban lo que viesen.

Poco a poco se acababa y yo no me daba cuenta. Con la mente en otras cosas y Septiembre como meta. Con la muerte entre las rosas y el desquicio como lema. Como decepción pasada pero promesa de esperanza futura.

Y me acordé ayer. Cuando vi tus ojos brillar bajo el cielo mediterráneo. Tu cuello, despejado, blanco, puro, me revolvió las emociones y de repente sentí lo que había dejado de sentir. Me acordé de los buenos tiempos y recobré la esperanza. Pero ya era tarde.

Me acordé de tus piernas desfilando delante mío, yo desnudo tumbado en tu cama. Escuchar música juntos. De hacer el amor en tu cocina, en tu baño, en mi tienda de campaña. De las puestas de sol desde tu ventana. Tu cuerpo entre mis brazos, tu pelo entre mis dedos. Reencontrarnos en febrero. No querer irme nunca a Madrid. Las primeras veces de todo. Escaparnos de fiesta en Estrasburgo. Reírnos sin parar. Garden State tumbado en tu cama. Decirte que te quería. Mirarte y ser feliz. Pasear entre la nieve. Las copas de vino con risotto. El que salga todo mal y hacerlo bien. La paciencia. Los bares por descubrir. Sentirnos vivos. Sentirme vivo cada vez que te veía sonreir.

Ojalá pudiera hacerte entrar en razón. Pedirte que aguantases dos semanas. Que todo lo que había muerto volvería a surgir al ver tu cara asomar al otro lado de mi cama día tras día, noche tras noche. Ojalá pudiera prometerte no ser tan indeciso. Ojalá todo hubiera salido de otra forma, la espera no hubiera sido tan larga y cruda, y el desenlace tan poco prometedor.

Ojalá no estuvieras tan dolida con todo esto como para no poder aguantar 504 horas. Pero te quiero tanto que no quiero hacerte más daño con mi jodida manera de ser. Quiero que seas feliz, y te quiero libre. Ojalá volver a Mannheim, ojalá poder hacer Mannheim en Madrid y no tener que seguir echando de menos, leyendo esta entrada una y otra vez para recordarme a mi mismo todo lo que ya nunca voy a volver a tener.

Álvaro dice que tengo que sacar lo positivo de esto. Quedarme con pensamientos buenos. Que tengo que volver a comer y hacer cosas que me motiven. Intentaré hacerlo. Pero, por dios, desearía no tener que decirte adiós ahora mismo, tan cerca de llegar a la meta, de alcanzar ese septiembre ansiado por el que tantos meses hemos luchado.

Espero que pasen los días y ver lo positivo. Y dejar de ver tu nombre en todas partes. Por mucho que lo borre de mi móvil o de todas mis redes sociales.

Te quiero. Y espero que salga bien todo de alguna extraña manera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario