Joel Meyerowitz, Cape Light |
¿A quienes? A mí. A mis pensamientos, acompañantes eternos y duraderos. Los lugareños no nos saludan (sólo nos miran). Leen a través de mi y directamente hacia ellos. Sienten el miedo. Saben que es la primera vez que deambulo solo y sin sentido por las calles del continente europeo. He llegado a Francia fruto de mis lecturas de la juventud (Albert Camús y su jodido existencialismo) y una música más ecléctica que otra cosa. Tras mi viaje por la Bretaña y la Normandía no sé donde acabaré. Sólo sé que quiero ver mundo, traspasar fronteras y superar retos, sin volver la vista atrás, sin deshacer mis pasos.
Sin embargo, escalado del Mount Saint Michel todo se desvanece. Una inmensidad, una planicie eterna se extiende ante mi con todas las preguntas. ¿Qué quiero ser en la vida? ¿Qué quiero hacer de hoy en adelante? De repente, el miedo se apodera de mí. La inmensidad me hace pequeño y el paisaje, nostálgico. De repente, quiero volver a los bosques gallegos. De repente, me despierto. Me levanto de la cama y miro a la destrozada ciudad de Beirut. Otra bomba ha caído.
¿Cuándo aprenderá el mundo? ¿Cuándo aprenderé?
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