domingo, 18 de junio de 2017

Por su nombre


Habló
Fin de curso en Madrid supone, más que nada, un recordatorio del paso del tiempo.
La oportunidad de pararme a reflexionar sobre mi momento aquí y ahora. Sobre quién soy y qué quiero, a un año de acabar la carrera. Sobre qué cosas me han pasado, por qué lo han hecho, y qué quiero hacer con ellas. 

Fin de curso en Madrid me recuerda a muchas personas y a muchos momentos. Tiene un sentido más finito que aquél que tenía fin de curso en Lugo, o que tuvo fin de curso en EE. UU. Madrid tiene la capacidad de revolverme por dentro -y hacia dentro- forzándome a revisitar la vida que he vivido en los tres años aquí habitados. Porque Madrid es cíclico, y es algo que volverá, que me dará una oportunidad de reinventarme y trabajar por labrarme un año, cada vez mejor, cada vez distinto, pero siempre, al final, amargamente incompleto. Esta ciudad me ha visto crecer como ninguna otra, me ha hecho sentir en casa más que ninguna otra; pero a la vez, me ha hartado como ninguna otra.

Hablo
Un año de intercambio, una enfermedad de tres meses y varios incidentes personales han cambiado la forma en que me voy de Madrid. Ahora me voy impaciente. Con los pies en la tierra. Consciente. ¿Maduro? Quizás. 

Ahora sé que el egoísmo es peor que el calor que abrasa el asfalto de esta ciudad maldita. Sé que ser bueno en esta vida se equipara a ser tonto, como las tontas golondrinas que anidan en los árboles de esta poluta ciudad. Sé que las cosas pasan, y hay que verlas, vivirlas y dejarlas pasar, como el tráfico que oigo cada mañana desde mi ventana. 


Y sé, que familia solo hay una. La que te espera de vuelta con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos; la que te coge el teléfono a las 4 de la mañana porque no puedes dormir; la que quiere saber donde, cuando, por qué y cómo. Y de la otra familia, la que creía verdadera, solo quedan muestras de una verdad que otrora creí cierta. Pero muestras igualmente válidas. No son ya familia, no sé lo que son. Prefiero no poner etiquetas. Es lo que me ha enseñado Madrid: a llamar a las cosas por su nombre.